Buñuelos de fin de año (24 de diciembre de 2008)
Al menos este que
les escribe no ha logrado todavía tener las ideas claras en lo que se refiere a
la causa de esta crisis económica que estamos viviendo pues solamente ha llegado
a comprender algo sobre unas burbujas, como una especie de buñuelos de viento,
sobre cuya mullida superficie hemos flotado durante décadas, hubo quién en su
ignorancia incluso saltaba alegremente mientras compraba, compraba y compraba buñuelitos, sin saber que en su interior no había nada, que
todo era apariencia. Sin embargo, ya sospechaba yo –y lo repetía con la boca
chica, como un poco avergonzado por lo que decía, pues cuando lo insinuaba,
algún experto me decía al oído: tienes que creer en el mercado libre, tras la
caída del muro es el único modelo sostenible- que no era dinero lo que por mi
trabajo me daban (y todavía me dan) a fin de mes, que era, ahora lo entiendo,
una especie de minúsculos buñuelitos de aire, ese
fluido que las empresas suecas más exitosas se niegan a transportar, unos buñuelitos llamados euros con los que podía comprar en las
cantinas del campamento. Ya sospechaba yo que eso de las tarjetas de crédito,
eso de pagar sin dinero, no era del todo fiable, aunque sigo reconociendo que
es muy cómodo y además, hasta ahora, funciona.
Sé, aunque no los
suelo utilizar, que existen billetes de valor superior a cincuenta euros e
incluso en ocasiones han pasado por mis manos –manos que irremediablemente han
quedado impregnadas, según dicen, de un polvo blanco que, en grandes y
continuadas dosis, podría hacer sangrar hasta a las más insignes narices- pero cuando la empresa me paga el sueldo,
hasta ahora una vez al mes, me ingresa unos buñuelitos
en el haber de mi cuenta corriente que yo me encargo de pasar al debe de forma
fraccionada desde esa especie de termomix hacedora de
billetes de banco que son los cajeros automáticos. Pero el resto, los grandes
gastos, los de la hipoteca, el alquiler, la mensualidad del coche, los pagos de
esos otros posibles buñuelos de viento que se llaman planes de pensiones e
incluso los de las vacaciones anuales, los pago en forma de unos buñuelos algo
mayores que vuelan desde el haber al debe de mi cuenta corriente y desde aquí a
la cuenta del señor Botín que a su vez repartirá el mismo entre los potenciales
fabricantes de buñuelos gigantes. O sea, que dinero, lo que se dice dinero,
monedas y sus billetitos, sigo sospechando que no hay para todos.
Sólo en la
superficie del buñuelo estaba la realidad, el interior no estaba ni siquiera
lleno de aire, era un inmenso vacío que se multiplicaba de forma piramidal. Y
cuando un día por alguna razón, que no conocemos pero que no podemos dejar de
maldecir, se necesitó extraer el contenido del interior del mayor de los buñuelos,
se produjo la sorpresa. Y lo malo, según parece, es que no se conoce el volumen
de vacío, que posiblemente ese interior de los más importantes buñuelos del
mundo esté conectado con algún agujero negro que terminará succionando todo
nuestro vacío y después hasta los últimos billetes y monedas, los que los
previsores creían a salvo del mercado libre guardados en calcetines y dobles
fondos de gavetas. En fin, que me temo que más temprano que tarde tendremos que
volver al trueque y, como hicieron los fenicios en su momento, reinventar las
monedas sólidas, sin cámara de aire.
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Francisco Suárez Trénor