Hormigas de segunda magnitud (28 de febrero de 2011)

 

A Cristina, con quien un día di un hermoso inesperado paseo.

11 de enero de 2019

 

De un tiempo a esta parte, vivo acompañado de una plaga de hormigas que invaden en pequeño número, nunca más de dos o tres, los sanitarios de la casa. Se trata de unas hormiguitas que, por lo que he podido observar, viven en la cercanía del agua y se pasean por el lavabo, el fregadero de la cocina, el baño o la cisterna del retrete. No he logrado saber lo que comen, pero en alguna ocasión han hecho por invadir el estante de las especias donde he logrado vencerlas, eso creo, con un par de disparos de fligh (así llamábamos antiguamente a los insecticidas por estos lares), sin que se produzcan daños colaterales ni catástrofes ecológicas. Se trata de unas hormigas que en nada me recuerdan a las del jardín de mi casa de la infancia, tan militarizadas ellas, siguiendo en orden unos caminos que alguien se encargaba de diseñar para las demás y que llegaban de un hormiguero a otro dando múltiples y aparentemente inútiles curvas por el terreno. Muchas horas dediqué a su observación viendo como trasladaban de un lugar a otro los restos de semillas y de hojas de plantas en ocasiones mayores que ellas mismas o los restos de algún insecto que había acabado sus días de muerte natural en aquel pequeño jardín santacrucero que la imaginación infantil convertía en selvas y bosques. Daba gusto observar al enemigo de mis fobias, la cucaracha, desfilar despiezado hacia aquellas misteriosas cuevas que suponía llenas de tesoros hormigueriles como granos de azúcar, migas de pan o los propios restos de los insectos depredados. Y mucho menos me recuerdan a los gigantescos bulldozers que me parecían las de los campos de mi infancia, enormes hormigas que parecía que te miraban a los ojos llenas de asombro y, al mismo tiempo, amenazantes. Recuerdo que uno de mis entretenimientos era pasar el dedo por aquel caminito virtual y hacer desaparecer el rastro con lo cual las que llegaban al lugar se desorientaban y buscaban enloquecidas el camino correcto, el camino que tenía que llevarlas a la seguridad y a la estabilidad de su organización. Pues bien, estas pequeñas hormigas actuales, que hoy creo que han desaparecido para verlas de nuevo mañana mientras me afeito, tienen la virtud de que a primera vista pasan desapercibidas para hacerse ver,  normalmente de dos en dos, sin seguir ningún camino prediseñado sino caminando a lo loco por la misma zona, cuando la vista se ha adaptado al blanco del lavabo. Se trata pues de hormigas de segunda magnitud, como ocurre con Casiopeia o con las extremidades de Orion en el firmamento, ese gran olvidado del hombre urbano, que a mi me gusta observar en las noches de luna nueva. Bueno, pues esas pequeñas hormigas hoy me han hecho pensar en la importancia de tantos actores secundarios, tanto en la ficción como en la vida misma, que sin embargo son los que dan sentido y valor a tanto argumento sin razón de ser por parte de los supuestos protagonistas de la historia; en la importancia de esa gente común a la que casi no se ve pero que llenan nuestra vida de razones para continuar; en esas personas de segunda magnitud que todos tenemos tan a mano.

 

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