Como una broma pesada (29 de enero de 2011)

Muchos de mis lectores son licenciados universitarios y algunos incluso doctores y todos ellos deben conocer esa sensación tan especial que se siente cuando uno termina sus estudios y se sabe ya licenciado en lo que sea. Me es difícil describirlo, pero lo más cercano que se me ocurre es ese hormigueo en el abdomen que todos hemos sentido cuando nos enamoramos, esas mariposas en el estómago que dicen los alemanes y que nada tienen que ver con el buche virado de nuestros campesinos. En aquella época, tras aquel hormigueo abdominal que no duraría mucho y durante una temporada no mayor a un par de años, en un juvenil brote de egotísmo me sentí importante por ser médico. Hoy, el paso de los años me ha vuelto a colocar en mi sitio y me he convencido de que soy uno del montón, lo que no es poco, pero que eso no me hace importante. Pero importante o no, lo cierto es que en estos días he tenido que demostrárselo al Servicio Canario de Salud.  Tras treinta años trabajando para él y, en su momento, para el Insalud, la Gerencia de Atención Primaria de dicho servicio me solicitó urgentemente hace unos días la presentación de dicho título: "Diez días, amigo, dispone usted de diez días para demostrar que es lo que dice". Así de mal sonaba la fría citación transmitida a través de la Intranet del trabajo. Suerte que he podido recuperar el diploma; cuya copia compulsada entregué, estoy seguro, en el momento de mi toma de posesión; entre los trastos casi abandonados de una antigua consulta cerrada hace una década.

Sé, porque ha sido un tema comentado en algunas tertulias, que algunos licenciados soñamos de forma recurrente durante años que nos falta alguna asignatura para terminar la carrera. Es una pesadilla que se resuelve espontáneamente, sobre todo a mi edad, cuando uno interrumpe el sueño y se levanta para ir al cuarto de baño o a escudriñar en la nevera a la búsqueda de algo con lo que engañar al estómago hasta el desayuno, o ambas cosas a la vez.  Pero esto es distinto, es como una broma pesada a destiempo de la que nadie se excusará. El caso es que a este país nuestro no hay quien lo entienda: cómo puede un médico ejercer durante tanto tiempo sin haber demostrado que lo es; o lo que es peor, en mi opinión, cómo puede una institución, sin reconocer su error y sin que se le ponga a nadie la cara colorada, exigir a un profesional que acredite lo que ha venido demostrando honestamente y día a día durante treinta años. No podría consultar esa institución directamente con el Colegio de Médicos o con la facultad correspondiente. ¿Y si el profesional, por las razones que sean, no puede demostrar que lo es, qué pasaría con los pacientes que hayan sido tratados? ¿Tendrían derecho a una indemnización por haber sido engañados por la administración? Me refiero a los supervivientes, claro.

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