Panero, la locura
y la mujer barbuda (27/01/2012)
En
tiempos históricamente no muy lejanos los titiriteros y los circos ambulantes exhibían
por la geografía de este planeta nuestro las patologías y defectos de algunos
humanos con gran éxito de público. Aquellos individuos, incluyendo a los enanos
o la mujer barbuda protagonistas de dichos espectáculos, vivían más o menos
modestamente desplazándose de pueblo en pueblo enseñando a los ignorantes
habitantes de la época las malformaciones que no estaban acostumbrados a ver.
En la fantástica novela de Víctor Ramírez Nos
dejaron el muerto, se habla de unas peleas de bobos que supuestamente se
practicaban en los pueblos de su isla literaria como hoy se practican en las
nuestras costumbres como el juego del palo o el arrastre de ganado, es decir en
espectáculos populares y tradicionales que atraen a un público ávido de
deportes diferentes y más entrañables o más nuestros que los de los masificados
programas monotemáticos que nos adocenan cada día más en canales televisivos de
veinticuatro horas de lo mismo. También es verdad que en esos espectáculos
ambulantes se han exhibido adelantos científicos tan importantes como el hielo,
que asombrara a los personajes de Macondo
en Cien años de soledad o como el
cinematógrafo que también asombrara a nuestros abuelos en la vida real.
Ocurre
que en nuestros tiempos, en esta sociedad que llamamos civilizada -y que
permite, no lo olvidemos, la lucha libre o el boxeo- se organizan espectáculos
que nada tienen que envidiar a aquellos y que, además, son presenciados y
apopados por algunos intelectuales que presumen de progresistas y que se
manifiestan en contra del maltrato animal, de los espectáculos taurinos de
cualquier clase y, por supuesto de cualquier manifestación que denigre al ser
humano (manifestaciones que, aprovecho para decirlo, también repudio).
Espectáculos como la supuesta tertulia con el poeta Leopoldo María Panero a la
que hace unos días tuve la ocasión de asistir en un conocido acogedor café
alternativo de La Laguna. Una supuesta tertulia con un enfermo mental que lo
que hizo fue, al tiempo que fumaba compulsivamente un cigarrillo tras otro y que
bebía un refresco Zero tras otro, exponer desordenadamente su paranoico delirio
de poeta maldito (odio mi personalidad de poeta maldito, dijo en algún momento)
y lanzar una serie de viejas citas, desordenadas y redundantes. Citas con las
que protestaba contra el sistema psiquiátrico al que está sometido. Y es esta
condición de poeta maldito – el de los Poemas
de la vieja o del Himno a Satán
solicitados insistentemente por algunos asistentes empeñados en demostrar ante
los demás su conocimiento de la obra del autor- lo que hace que este tipo de
público convirtiera en lamentable espectáculo lo que debería haberse mantenido
en la intimidad e impidiera la lectura (lo poco que leyó fue ininteligible
debido a su estado de agitación) o la exposición del pensamiento del escritor.
Y de esta forma, entre las frases más celebradas y repetidas del acto podemos
destacar la siguiente: ¿Puedo ir a mear o no? Y el hombre iba, meaba, volvía
seguramente sin lavarse las manos, y era recibido cada vez con más aplausos por
la concurrencia y por los organizadores que se exhibían, aprovechando el
inciso, dando besos y haciendo carantoñas al poeta. Menos mal que terminaron
invitándolo públicamente a cenar -a instancias suyas, por supuesto- y se
prestaron a acompañarlo al abogado, cosa que solicitaba insistentemente (el
único psiquiatra que necesito es un abogado, dijo), para impedir su regreso al,
al parecer, decimonónico manicomio de Las Palmas donde ha estado ingresado
durante años en estos tiempos en los que la esquizofrenia no es una enfermedad
que requiera un internamiento prolongado.
En
fin, que de Panero lo que debe exhibirse es su genialidad, que probablemente ya
tenía antes de que se hiciera añicos su mente, y su buena poesía y que debemos
saber que entre los cristales rotos de su cerebro puede buscarse alguna chispa
de ella pero nunca convertir en espectáculo los
propios escombros dispersos de su pensamiento.
©Francisco Suárez Trénor
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