Vivir más (1 de octubre de 2008)

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Probablemente la forma de morir sea una de las cosas que más diferencian el mundo de hoy del de nuestros mayores. Y es que hoy día, gracias a los avances de la cardiología, una de las especialidades médicas que más ha progresado en las últimas décadas, no nos conformamos con morir antes de tiempo, cosa que el hombre había tenido que hacer desde tiempos inmemoriales. Antes, hasta hace pocos años, de alguien que se moría de un infarto de miocardio se decía que era el destino, que estaba destinado a morirse joven como le había ocurrido a su padre o a su hermano y que, probablemente, sus hijos morirían tan jóvenes como él. Que era cosa de Dios, decían los creyentes. Hoy, esos hijos predestinados pueden tener sesenta o setenta años, han sufrido más de un infarto y le han sido practicados varios by-pass o colocado algún stend para volver a estar en el tajo al cabo de unos días. Hasta el extremo de que ambas palabrejas, junto la castellana cateterismo, forman parte del lenguaje cotidiano de cada uno de nosotros:

-Fulano tuvo una angina de pecho hace tres días ­­–le comenta un asesor fiscal a un agente de aduanas.

-¿Y no le han hecho un cateterismo? –pregunta el agente.

-Sí, claro, se lo hicieron y le colocaron un stend sobre la marcha. Esperan no tener que hacerle un by-pass. Mañana sale del Hospital y viaja a Tokio el mes que viene por razones de trabajo.

Y Fulano sale del Hospital, viaja a Tokio, previa estancia de tres días en Londres para coger fuerzas, invierte en una empresa de polivinilo para fabricar catéteres, cosa que ya tenía prevista antes de su dolor pues le habían dicho que era un gran negocio, y regresa a descansar en un hotel del Sur, que tampoco hay que pasarse. Si Fulano hubiera nacido unos pocos años antes, a esta edad ya hubiera estado bajo tierra o en un estrecho nicho acompañando a sus cardiacos padre y abuelo. Y todos conformes. Pero hoy día estar vivo ha pasado a ser un derecho como lo es tener luz eléctrica en casa o disponer de agua en el más recóndito lugar. Y si uno muere antes de tiempo, su familia reclama a quien proceda, ya sea al sistema sanitario o a un sanitario del sistema, una indemnización que a todos nos parece justa y adecuada.

Pronto, además, se reclamará a las empresas o instituciones que no dispongan de un desfibrilador entre su material de seguridad y cualquiera de sus empleados podrá reproducir, con una mínima preparació­n y con un poco de sangre fría, el milagro de Lázaro*. Comenzaremos a deberles la vida a otros y comenzarán otros problemas. Ya verán.  Para eso están los seguros y los abogados, que también vivirán más. ¡Horror!

 

 

*Nota para alumnos matriculados en la asignatura  Educación para la Ciudadanía: según cuentan los llamados evangelistas, Lázaro, hermano de María y de Marta de Betania, que había muerto demasiado joven, fue resucitado por Jesús de Nazaret, un amigo de la familia. Un colega, vamos.

 

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© Francisco Suárez Trénor