Violeta de Anaga (25 de julio de 2008)

 

Uno de los privilegios de vivir en nuestras islas es pasear por los montes de Anaga, especialmente entre marzo y junio que son los meses que, en esa zona, marcan los extremos de la primavera o, lo que es lo mismo, la época durante la que se produce la floración de la mayoría de las especies vegetales que nos regala el sotobosque de la Laurisilva. Hay una especie a la que, tal vez por su escasez  o tal vez por su belleza,  le tengo, desde que la conociera, un especial cariño: la violeta de Anaga; hermana menor de la del Teide, y tan rara y tan hermosa como ella. Se trata de una especie autóctona de la zona con la diferencia de que ésta, la de Anaga, se encuentra probablemente próxima a ser declarada en peligro de extinción a pesar de su más reciente descripción, o precisamente por eso, porque no ha dado tiempo a protegerla. La Violeta del Anaga se encuentra en muy pocos lugares de la zona y uno de ellos, el de más fácil acceso, es el camino que une La Ensillada con Cabezo de Tejo, un hermoso sendero que algunos folletos turísticos han bautizado como “El Bosque Encantado”. En ese sendero se puede disfrutar cada primavera de la mayoría de los ejemplares que florecen a la sombra de las lauráceas que dan nombre al bosque: morgallanas, patas de gallo, bicácaros, etc.… Es por lo tanto un recorrido obligatorio para aquellos que nos hemos enamorado de aquellos montes y de su flora, que no somos pocos. Pues bien, durante la última primavera, hemos podido ver con asombro, cómo habían podado los árboles del sendero, lo que después de las lluvias y los vientos del invierno puede ser aconsejable, y cómo habían colocado cuidadosamente los troncos cortados sobre los matos de las violetas, destrozando una gran cantidad de ellas y haciéndolas florecer entre los huecos que quedaban libres entre dichos troncos. Puestos a denunciar a los que dañan nuestros paisajes, como hice hace unos días en este mismo periódico, no puedo dejar de hacerlo hoy con los que, por descuido, acaban con estos micropaisajes de los que, por otro lado, nos sentimos todos tan orgullosos. Y no me refiero precisamente al modesto peón que hizo lo que le indicaron, me refiero al “quien proceda” de turno que debió dar las órdenes oportunas para evitar lo evitable. Gracias al azar, de momento nadie facilitó una excavadora, tal vez el mayor enemigo del paisaje insular entre las herramientas, a los encargados de allanar el sendero del Bosque Encantado. Todo llegará, me temo.

 

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© Francisco Suárez Trénor