Triste paisaje (20 de julio de 2008)
Leo en un reciente
número de este periódico que el Cabildo asume su responsabilidad para intentar
frenar el deterioro paisajístico de la isla y no puedo dejar de recordar con
añoranza el paisaje que heredamos de nuestros padres y que éstos heredaron a su
vez de los suyos. Y es que no se si el hecho de que el Cabildo asuma su
responsabilidad es suficiente para que se acabe con el deterioro de nuestro
paisaje. No se si ese freno será suficiente si los tinerfeños seguimos actuando
como lo hemos hecho en los últimos años.
No me voy a referir,
y no es que no tenga ganas de denunciarlo, al deterioro paisajístico provocado
en la zona norte de la isla, desde Tacoronte hasta Los Realejos sin excepción,
por el crecimiento desordenado que ha permitido el espíritu de urraca de
nuestros alcaldes y políticos, a la destrucción del paisaje de unos de los
valles más fértiles del mundo, como era considerado el de
Me refiero al
canario de a pie, al honrado ciudadano que ha practicado la autoconstrucción en
zonas como Anaga, un paisaje teóricamente protegido. Un paisaje al que los
ecologistas y, paradójicamente, ellos mismos han defendido de la construcción
de un radar para la navegación aérea y otras invasiones técnicas. Un honrado ciudadano al que, por lo
que parece, le gusta cercar sus propiedades con viejos somieres y verjas del
peor gusto que ya nacen oxidadas. Un honrado ciudadano que al parecer disfruta
de su huerta colocando en su interior los cadáveres de sus viejas neveras o el
del vehículo mil veces desmontado para aprovechar sus piezas, así como los
escombros de la obra de sus cuartos de aperos transformados en clandestinas
viviendas para el fin de semana.
¿Será capaz el
Cabildo de frenar dicho deterioro? ¿O será cuestión –si es que da tiempo- de
formar antes a ciudadanos y políticos en
el buen gusto y la higiene visual?
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©
Francisco Suárez Trénor