Títulos y sangre roja (12 de marzo de 2011)
Hace casi cien años
que, de la mano de Jardiel Poncela, descendió el Dios de nuestra civilización
occidental, el Dios con mayúscula, el Dios verdadero de nuestra infancia, en su
última tournee
por este nuestro planeta azul, a la Europa posterior a la Gran Guerra y a la
gripe española (H1N1), y según sus propias declaraciones, lo que más le llamó
la atención de este mundo nuestro, que entonces era de nuestros abuelos, fue la
hojilla de afeitar Gillette, que en
realidad es a la Guillotina lo que nuestro Iphone es al teléfono fijo, un
subproducto manejable, móvil y de escaso peso que podemos llevar de viaje con
nosotros sin que nos ocupe mucho espacio y dispuesto a hacerse cargo de
nuestras conexiones como aquellas hojillas se hacían cargo del cuello y de las
barbas de nuestros antepasados. Ya entonces, aquella primitiva hoja de afeitar
cabezas había desacreditado, y descabezado, a los aristócratas franceses y
europeos con sus largos bigotes para iniciarnos en la era de las repúblicas
democráticas y parlamentarias. Pero en esta nuestra democracia, en esta España
una y grande que seguimos sufriendo, que presume de moderna y que espera sin
fumar y a 110
kilómetros por hora, la llegada de aquel mismo Dios de
la mano de Rajoy, para darnos la solución a la crisis económica, no nos
acordamos del descrédito histórico de aquellos individuos -de los marqueses,
condes, duques y demás títulos nobiliarios- y castigamos a alguien que es una
buena persona y cuyo único pecado es haber heredado de Luis Aragonés el mejor
equipo de futbol del mundo, equipo que previamente había pulido durante muchos
años Josep Guardiola en una masía catalana, con el título de Marqués, dándole
la posibilidad de que en una nueva vuelta de la tortilla, algún iluminado se
encargue de cortarle la cabeza sin preguntarle previamente cuales habían sido
sus méritos. Y es que hubiera sido preferible, y además más democrático, darle
el modesto título de Hijo Predilecto del Bosque con el que hubiera podido
equipararse al respetable Robin y recibir del pueblo, o sea de los proletarios,
el agradecimiento por habernos convertido en el país que mejor juega a la
pelotita, a lo que se añadiría en nuestro archipielágico
caso, el ser soporte popular del mejor carnaval del mundo. En fin,
agradeceríamos al señor del Bosque el haber convertido la sangre azul de unos
pocos en sangre roja de todos, en la sangre del color de la camiseta de la
selección y de las pancartas más señeras.
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