Parrandeando (12 de noviembre de 2008)

 

En una ocasión se llegó a pensar que defender la cultura de nuestra isla era luchar por que otros no tuvieran lo que nosotros teníamos. Me refiero al esperpento que hace ya algunos años se vivió en este archipiélago nuestro, cuando un grupo de personajes a los que los medios de comunicación denominaron notables, se reunieron para redactar una serie de manifiestos en contra de la creación de una universidad en Las Palmas. Y lo auténticamente esperpéntico es que nunca he visto a estos señores reunirse, con posterioridad a aquellas fechas, para solicitar una mayor calidad en la enseñanza o en la investigación de nuestra universidad. Todo era, al parecer, un capítulo más del cutre pleito insular que continúa haciendo correr ríos de tinta en los periódicos de nuestras islas y mares de palabras e imágenes en los medios audiovisuales. Aquel episodio fue, creo, una lamentable exhibición de la forma más mezquina de creerse superior: soy culto porque tú lo eres menos que yo.

Y con esos antecedentes estamos donde estamos, en el vagón de cola español y europeo de la cultura, de la enseñanza, de la sanidad, de la agricultura, de la ganadería, de la conservación del paisaje y de tantos otros índices que deberían avergonzarnos. Sólo nos queda el mejor queso y el mejor carnaval del mundo, cosas que, por otro lado, son una verdad a medias. Y para colmo, confundimos la identidad con ser distintos aunque sea para mal. Hacemos apología de la incultura. Pongo el ejemplo más reciente: se crea un nuevo programa de folklore en unas de nuestras televisiones y a los genios que deciden su nombre se les ocurre que ser canario es hablar mal y van y lo titulan “Parrandiando” que es una palabra que yo, que soy canario desde el día en que nací, no he oído sino en boca de algún retornado de Venezuela o de algunos vecinos de Las Palmas, la ciudad canaria  donde peor se habla el castellano y, lo que es más grave, donde más se presume de hacerlo mal.

Llegados a este punto hemos de decir que no, que el camino no es éste, si hemos de ser distintos debemos conseguirlo siendo cada día mejores que nosotros mismos, o sea, superándonos. Que esa sea la diferencia. Cuando los canarios -teniendo si se quiere un acento distinto, una pronunciación más suave, una forma de ser más tranquila sin que nadie pueda decir que somos aplatanados, o una forma de enfrentarnos a la vida más adaptada a nuestro medio- cuando los canarios, digo, podamos presumir de tener una cultura superior o similar a la de otros, de tener una sanidad sin listas de espera y digna de un país del primer mundo, cuando nuestro fracaso escolar sea similar o inferior al de otros países o comunidades y, como consecuencia, tengamos una investigación a nivel de los mejores, cuando todo esto ocurra, seremos distintos y tendremos una identidad de la que presumir. Y entonces podremos parrandear y cantar isas, folias y malagueñas en una lengua que no será idéntica a la que hablan los castellanos de Valladolid, porque será la nuestra, pero que será, eso sí, tan correcta como la de ellos.

 

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© Francisco Suárez Trénor