Este viejo barco (4 de mayo de 2011)

 

A mí, señores, me da la impresión de que este barco está muy lleno. La línea de flotación se confunde con la superficie del agua y difícilmente vamos a poder ponerlo en marcha. Son tantos los pasajeros que se subieron a bordo en épocas de bonanza y burbujas, cuando las remansadas aguas del río facilitaban el descenso, que a este viejo barco nuestro, al que antes del atraque hubo ya que parar los motores para que no destrozara las también viejas instalaciones portuarias, va a serle casi imposible enfrentarse a esa corriente que ahora fluye en sentido contrario. Y es que no tuvimos en cuenta que alguna vez nos tocaría remontar, que el sentido de la corriente no puede ser siempre de popa a proa porque los ríos son así, solo fluyen en un sentido. Y el barco, por el contrario debe ir alternando. Esta vez se viaja a favor de la corriente pero la próxima se hará en contra. Y es que nos emborrachamos con las ruletas, las lentejuelas y las mesas de juego en las que el dinero corría y corría y parecía que aquella inercia, la del dinero fácil y el descenso del río, no iba a terminar nunca. Es más, es que va a ser muy difícil poner todas las calderas en marcha para tener energía suficiente para el arranque. El motor del que disponemos es viejo y su tecnología obsoleta, y el propio motor pudiera reventar en ese intento. Y además, está la estructura del barco tan debilitada que es muy posible que, en caso de que los motores aguantaran el sobre esfuerzo, fuera la propia estructura la que no resistiese. Hace mucho tiempo que los barcos no navegan a vapor y, sin embargo, nosotros es con la única energía que disponemos al no habernos preocupado de formarnos e instalar motores de algún nuevo combustible más ligero y potente. Y ahora, queremos, en un supuesto alarde de ingenio del que no disponemos, utilizar la fuerza de las placas solares o volver a las antiguas velas que en este nuestro río carecerían de sentido pues nunca sopla el viento. Nunca. A mí, solamente se me ocurren dos soluciones. La primera que se bajen, y que se les incentive de alguna manera, los que estén dispuestos a emprender nuevas soluciones en tierra, con lo cual algo se aligeraría el peso de la nave, y la segunda, a la que posiblemente habría que añadir la primera, que con los ahorros, por ejemplo con los dineros de la reserva de inversiones, que en algún sitio tendrán que estar guardados, seamos capaces de comprar uno o dos remolcadores potentes y con tecnología puntera, capaces de hacernos remontar la corriente y volver a conseguir una velocidad de crucero aceptable, aunque no sea tan alta como la del descenso. Remolcadores construidos aquí o que vengan de fuera, pero que sean nuestros y que dispongan de la mayor agilidad y potencia, para que sean capaces de empujar ahora desde aquí y más tarde desde allá, según las necesidades, y que sea posible alquilar a otras embarcaciones cuando nosotros, algún día, no los necesitemos. Y hacernos a la idea de que el viaje ha de ser más lento, mucho más lento. Que no disponemos sino de un antiguo, aunque hermoso, paquebote de vapor. Habrá que cuidarlo mucho y conservarlo y trabajar y, por supuesto, creer en él y en nosotros mismos.

 

©Francisco Suárez Trénor

 

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