Entre el infierno y la gloria (14 de junio de 2011)
Caminábamos por un
sendero estrecho del que no podíamos desviarnos. A un lado, en el profundo fondo
de un abismo, el infierno. El destino final del que intentara salir por el lado
de la derecha, el del pecado y la inmoralidad. Al otro lado, a la izquierda, el
libertinaje. El invento ese de los que querían destruir las tradiciones y las
buenas costumbres. La vida, en su práctica totalidad, transcurría a lo largo de
este sendero. Y era muy difícil encontrar otro camino por las cercanías sin
caer en el pecado o el libertinaje. La música, la que nos llegaba desde el
extranjero, desde países que hablaban otros idiomas que no entendían lo que era
ser la reserva espiritual de Europa, bordeaba peligrosamente los límites de la
senda y nos podía conducir tanto a un lado como al otro del camino. Porque la
música, en manos del maligno, tenía esa capacidad, decían. Nunca se sabía a
donde podía conducirnos. Y ellos, los que hoy se estremecen, eligieron
entonces, tal vez sin darse cuenta, caminar por la vida con la música a
cuestas. Y fue difícil. No fueron comprendidos. En ocasiones tuvieron que
esconder el sonido de sus instrumentos eléctricos en profundas catacumbas,
aislados de otros sonidos y otros ritmos y aquello, al final, resultó cómodo
para todos. Ellos tocaban y cantaban su música en el subsuelo y la sociedad se
limitaba a no escucharlos. Pero con el paso del tiempo algo falló, se formaron
grietas y se empezaron a escuchar los piropos a Popotitos
y a cambiar la forma de vestir y de cortarse el pelo. Popotitos derivó en All you need is love.
Y entonces, ya se rompieron todas las barreras. Nos llegó el sonido de otras
cuevas, las de Liverpool, como habían llegado antes, un poco antes solamente,
los ritmos de los desiertos americanos en boca de un blanco que cantaba como un
negro y que nos enseño a bailar el Rock
and Roll. Y aquella música, poco a poco, fue ensanchando el sendero y dejo
de ser pecado el beso y el contacto físico y dejó de estar mal visto el cantar
en inglés. Y en aquel sendero cada vez más ancho convivieron los Rocking Boys con Los Megatones y Los Sombras,
y allí se oía la musica de los Beatles, de los Rolling, de los Shadows,
de Los Brincos y de Los Bravos y se alegraron las tardes y
las noches de la isla. Y se organizaron bailes de fin de curso y actuaciones,
que entonces no se llamaban conciertos, en el Teatro Baudet
o en el Hotel Aguere. Y por supuesto, en el Agogo
lagunero, la más importante de las catacumbas de aquella nueva forma de ver la
vida. Y la vida fue pasando hasta que casi medio siglo más tarde aquellos
músicos se convirtieron en historia viva gracias al libro Estremécete de Antonio Reyes que se presentó en un Cine Víctor más
abarrotado que nunca.
©Francisco Suárez Trénor
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