Díceres del aire (5 de octubre de 2008)
Algunas palabras cruzan a veces el aire que respiramos y apenas
logramos sentir que han rozado la piel de nuestro cuerpo y acariciado el
interior de nuestros oídos haciendo vibrar levemente esas membranas tan
maltratadas a las que llamamos tímpanos. No llegamos ni si quiera a entender su
significado y, cuando ya se alejan de nosotros, cuando vagan libres hacia otros
oídos más sensibles, tenemos la impresión de que nosotros, que hemos adivinado
su presencia, somos incapaces de entender su auténtico significado. Nos invade
entonces una sensación de pérdida de algo que en realidad nunca hemos poseído y
que nunca podremos disfrutar en su plenitud pero que hemos tenido muy a mano, de
algo que hemos deseado capturar, pero no hemos sabido cómo hacerlo. Y la vida
pasa y sabemos que el aire nos quiere comunicar algo y pensamos que nunca
llegaremos a entender su significado. Pero en ocasiones, cuando la mente de
alguien tocado por los dioses logra un estado cercano al nirvana de los hindúes
o al éxtasis de los místicos, estos privilegiados nos comunican que han
entendido esas palabras pero que son incapaces de traducir su significado a
nuestros humanos idiomas, que tienen que hacerlo al idioma de los poetas, a la
poesía. Carlos E. Pinto es uno de esos tocados traductores que no sólo ha
sabido comprender el idioma del aire, sino que ha entendido que éste nos habla
en díceres y que esos díceres aéreos para ser entendidos, deben escribirse en
forma de poemas breves. Y de ahí, de esa especial sensibilidad, nace su
poemario Díceres del aire (Asphodel,
Hora era de hablarte
de tu alma,
mi aliada en ti,
testigo de tu carne;
es un objeto inerte
que contempla
la vida sin rencor
mientras ocurre,
y aún pudiera
librarte de la nada.
O, a través de esos díceres, nos acerca hasta Li Po, el gran poeta
chino, para comunicarnos que también el aire ha estado en sus proximidades y
que:
Aún soplo y siento
la alegría de haber
gastado tus huesos.
Si es usted amante de la buena poesía y visita alguna de las
librerías de nuestras islas es posible que aún encuentre algún ejemplar de Díceres del aire. Yo lo hice. Y lo
compré. Merece la pena.
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©
Francisco Suárez Trénor