Díceres del aire (5 de octubre de 2008)

 

Algunas palabras cruzan a veces el aire que respiramos y apenas logramos sentir que han rozado la piel de nuestro cuerpo y acariciado el interior de nuestros oídos haciendo vibrar levemente esas membranas tan maltratadas a las que llamamos tímpanos. No llegamos ni si quiera a entender su significado y, cuando ya se alejan de nosotros, cuando vagan libres hacia otros oídos más sensibles, tenemos la impresión de que nosotros, que hemos adivinado su presencia, somos incapaces de entender su auténtico significado. Nos invade entonces una sensación de pérdida de algo que en realidad nunca hemos poseído y que nunca podremos disfrutar en su plenitud pero que hemos tenido muy a mano, de algo que hemos deseado capturar, pero no hemos sabido cómo hacerlo. Y la vida pasa y sabemos que el aire nos quiere comunicar algo y pensamos que nunca llegaremos a entender su significado. Pero en ocasiones, cuando la mente de alguien tocado por los dioses logra un estado cercano al nirvana de los hindúes o al éxtasis de los místicos, estos privilegiados nos comunican que han entendido esas palabras pero que son incapaces de traducir su significado a nuestros humanos idiomas, que tienen que hacerlo al idioma de los poetas, a la poesía. Carlos E. Pinto es uno de esos tocados traductores que no sólo ha sabido comprender el idioma del aire, sino que ha entendido que éste nos habla en díceres y que esos díceres aéreos para ser entendidos, deben escribirse en forma de poemas breves. Y de ahí, de esa especial sensibilidad, nace su poemario Díceres del aire (Asphodel, La Esperanza, 2003), un hermoso libro que ha pasado casi desapercibido por nuestras librerías hasta el extremo de que aún quedan unidades por venderse de una edición de trescientos veinticinco ejemplares. Una serie de poemas en los que el aire se alía con nuestro propio espíritu para decirnos por ejemplo:

 

Hora era de hablarte de tu alma,

mi aliada en ti, testigo de tu carne;

es un objeto inerte que contempla

la vida sin rencor mientras ocurre,

y aún pudiera librarte de la nada.

 

O, a través de esos díceres, nos acerca hasta Li Po, el gran poeta chino, para comunicarnos que también el aire ha estado en sus proximidades y que:

 

Aún soplo y siento

la alegría de haber

gastado tus huesos.

                                                                        

Si es usted amante de la buena poesía y visita alguna de las librerías de nuestras islas es posible que aún encuentre algún ejemplar de Díceres del aire. Yo lo hice. Y lo compré. Merece la pena.

 

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© Francisco Suárez Trénor