Cielo y fuego (silencio) (1 de mayo de 2009)

 

Caminamos estos días por la ciudad pisando casi sin darnos cuenta pedacitos de cielo, que diría el poeta Arozarena. Trocitos azules de cielo que al anochecer barre con indiferencia el empleado de los servicios de limpieza municipal haciéndolos danzar al ritmo de su larga palma canariense, que terminó desplazando a los sofisticados escobillones llegados de fuera. Trozos de cielo que fueron cayendo poco a poco a lo largo del día y de la noche bajo las jacarandas, justo en el vacío que ocupa el sol cuando brilla entre las sombras de los laureles de indias. Pedacitos de cielo que nos anuncian, en un silencio que nos permite escuchar el canto de mirlos y anduriñas, más bello que nunca esta primavera que tímidamente intenta ocupar el espacio que le corresponde tras el invierno más largo y lluvioso que uno es capaz de recordar, la llegada de jornadas más cálidas en las que irremediablemente nos quejaremos de calor. Y pronto, en más o menos un mes, si el cambio climático no nos obliga a otra cosa, caminaremos bajo la anaranjada llama de los flamboyanes, hoy desnudos tras su tardía respuesta a las temperaturas invernales, pero a punto de explosionar. Flamboyanes que en un abrir y cerrar de ojos llenarán de colorido las Ramblas, de una forma especial la de las Tinajas, el escalonado jardín del cuartel de Almeida y tantos otros rincones de la geografía ciudadana, como los alrededores de la Iglesia de la Concepción o ese falso techo que han formado los árboles en la calle de San José. Exóticos flamboyanes y jacarandas que forman ya parte de nuestra memoria colectiva y de nuestro paisaje, de forma que hoy se nos hace difícil, por no decir imposible, pensar en una ciudad sin ellos.

Mientras todo esto ocurre, ante nuestras narices y en un evento pagado por el gobierno de la crisis, un florido grupo de intelectuales tanto foráneos como archipielágicos, algunos de ellos premios Canarias en su especialidad –arquitectos, ingenieros, poetas, escritores, escultores, fotógrafos, pintores…- se reúnen con una poética de altísimo nivel tras las troneras del TEA, auténtico paradigma del antipaisaje urbano, para hablar de arte, arquitectura y paisaje; sin llegar, porque no tienen obligación de hacerlo, a ninguna conclusión que no sea la solicitud de un camino asfaltado para los muertos de Igueste de San Andrés.

 

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© Francisco Suárez Trénor