Mestisay
Algunas veces ocurre. De vez en cuando llegan volando por
los aires de estas islas, voces de nuestra gente, de gente con nuestro acento,
que nos traen ecos de éstas y de otras orillas más o menos lejanas del
Atlántico que nos rodea. Que nos traen también el recuerdo de otras voces que
se han ido, pero que permanecen vivas en nuestra memoria y que nos hacen sentir
al mismo tiempo la nostalgia del pasado y la alegría vivir. Voces que flotan en
el aire oceánico como las de Dacio Ferrera o Cesaria Evora que se fueron para
quedarse para siempre entre nosotros. Voces como la de Héctor González, que
cazado al vuelo nos canta una copla en forma de folía que hizo famosa el
maestro y que nos pone los pelos de punta. Voces que llegan de otras islas como
la de Luis Morera para hacernos sentir nuestra a la Quinta Verde, tan palmera,
pero tan canaria. Y acompañando a esas voces nos llegan también sonidos que
siendo los nuestros porque son emitidos por un timple nos transportan al
Universo, ese país de todos que construye la música, sólo la música; ese país
en el que Millares, el viejo timplero de Triana, es un embajador de lujo. Y
llegan por el aire y en boca de Olga Cerpa los amores de Sulema, la muchacha
sahariana de ojos de melaza y piel de aceituna que, mientras ama a algún
muchacho bajo la luna, anhela eternamente la libertad de su pueblo, aislado del
mundo en los campamentos siempre provisionales y siempre permanentes de Tindouf o de Smara en el desierto
más duro y seco. Y llegan por el aire esos anhelos acompañando al bubisher, el pájaro del desierto que recientemente ha
anidado entre libros en medio de aquellos secarrales, gracias a una
organización de voluntarios que lleva su nombre, para acercar la lectura en
español y la cultura universal a aquellos refugiados, víctimas de la injusticia
y del olvido intencionado. Y nos sorprende Ramos, el hijo de la otra Olga,
cantando aires de Cabo Verde, nuestro casi desconocido vecino de piel oscura y
sentimientos igual de insulares que los nuestros. Y a través del violín de José
Rodríguez, un cubano también de piel tostada, nos llegan los acordes del Caribe
y el recuerdo de aquellos isleños que se fueron siendo jóvenes canarios y
volvieron, los que lo hicieron, convertidos en viejos indianos. Y todas esas
voces con coplas del aire de unos y otros rincones, nos removieron las
entrañas, las entrañas del alma, e hicieron soltar alguna que otra lágrima que,
en la oscuridad del Cine Víctor, pudo ser secada antes de que terminara la
función.
Algunas veces ocurre, como decíamos al principio, que
llegan a la isla desde fuera pero desde dentro, espectáculos como el de Mestisay, con Olga
Cerpa, que además de su esplendida voz aporta su encanto y su luz de luna; Rosa
Morena, la de los collares y los andares; y Manolo González, que, según la
chica que canta, inventa y dirige a esta banda de músicos de altísima calidad
que nos hace despertar los sentimientos más nobles, cosa que en estos momentos
que vivimos no viene nada mal.
©Francisco
Suárez Trénor
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