Pretexto para despertar el alba
Leer
libros se está convirtiendo, cada día más, en un gasto inútil o en un grato
ejercicio de raros. Muchos se han pasado al libro digital, que algunos méritos tiene,
no diré que no. Otros, también muchos, se han pasado a los best seller, significa que no leen otra cosa
que libros que son superventas, estos enfermizos de ‘mira que pedazo de libro,
de fulano de tal, me compré’, como también los del libro digital —salvo raras
excepciones—, no son lectores sino leedores, una nueva especie de mostradores
del intelecto y de las nuevas tecnologías. Por favor, no me maten todavía,
primero: lean arriba; he dicho que salvo raras excepciones, y segundo: déjenme
hablarles de un libro de poemas, físico, en papel, modesto, uno que
difícilmente comprarían los antes mencionados, pero que a los lectores de
poesía les resultaría muy agradable leer.
“Si
es que despierta el alba”, de Francisco (Paco) Suárez Trénor, comienza con un
prólogo extenso, bien escrito, académico, que apela a las reminiscencias de la
infancia y a las lecturas del poeta contenidas, citadas y celebradas en el
libro, lo firma Cecilia Domínguez Luis, reconocida poeta y Premio Canarias de
Literatura 2015. Para ser ligeramente transgresora, les invito a leer primero
el libro y luego el prólogo, porque entiendo que en este orden le sacarán más
provecho a ambos.
Conocía
la poesía de Paco de su web (http://www.flypocan.net/poesia.htm), me impresionó gratamente porque
reconocí en ella algo que es esencial para mí cuando me enfrento a la lectura
de poemas: no hay poses ni gratuidades exhibicionistas, las palabras responden
a la forma simple de expresar una u otra emoción: la emoción. Y el lenguaje es
un recurso, no una catarsis de exhumación de lo leído y/o escuchado que se lee.
La transparencia, a veces ingenuidad, de algunos textos cautiva. Algo más
cabría destacar, el poder de síntesis general del libro y de algunos poemas en
particular es la jugada maestra aquí. Epigramas como “Mi mano en el agua”,
antesala del libro, o el poema I, de “Poemas del árbol blanco” y los textos
finales contenidos en “Poemas de la desesperanza” confirman cuanto se puede
trasmitir con tal brevedad, el poema IV dice:
Sé
que una blanca luz,
apenas un
destello,
alumbrará mi
paso a las tinieblas.
¿Es
el mismo vacío
que
soñábamos juntos?
En
esta última parte, que conforman seis simples poemas breves, hay una laxitud,
una calidez triste y asumida que me recuerda a la poesía que se escribe por
necesidad de inmovilizar cierta turbación grave, cierta premonición de fin, que
de poetizar, no hay urgencia, no hay la vitalidad pausada, pero reconocible, de
los poemas de las partes anteriores, especialmente en la presencia de lo urbano
cosmopolita de “Poemas de NYC”, y aquí me detengo en un poema que atraviesa: “Bitter End”, es la historia del
anonimato de todo lo que somos y deseamos, Derek Thomas no es un simple chico
enamorado de lo que le ignora y desconoce, Katy Gunn no es solo un ídolo, es la elección de poner en
algo-alguien el amor, que de no ser puesto en eso, sería una entelequia en
caída libre en el vacío. Este poema no es la simple historia de un muchacho que
muere sin llegar a vivir o a cumplir su sueño y que no significa nada para
nadie en el apabullante caos de la ciudad y de la vida, es la historia de
nuestra propia soledad y sus diversos efímeros, de la indiferencia del mundo
ante la insignificancia que somos en el conjunto. Implícitas están las
preguntas; cuando llegue alguna noche ese camión asesino que viene por
nosotros, ¿quién nos echará de menos en los sitios que frecuentamos?, ¿qué
pasará con aquellos que hemos amado sin que lo sepan, notarán la ausencia de
nuestro silencio persistente, la perseverancia con que les hemos guardado en el
interior de un verso? Hay sin ninguna duda en este poema un infinito que
trasciende la historia de Derek Thomas y se universaliza, nos incluye.
Un
poema puede salvarse por muchas razones, por un par de versos aislados:
La
mañana era otra cosa.
Era
escuchar el asmático respirar de las lanchas.
(poema “Desayuno”, fragmento)
Un
poema pude ser parte del todo que un libro con cierto recato modesto, con sabor
a antiguo y remembranza, nos ofrece:
Alguien
en el cielo planchaba la ripa blanca.
Su plancha de hierro sobre las brasas.
Cirros
y cúmulos se tornaban rosáceos
entre las
nubes del crepúsculo.
(poema “Atardecer”, fragmento)
O
puede ser infinitamente más, y tratar los recuerdos como lo único que podemos
atesorar de lo vivido, lo que se vuelve imperecedero, aunque la muerte lo toque
y lo deshaga, como en “La chica de un pueblo del norte”:
O mejor, si vas a las fiestas de ese
pueblo del norte,
(miradas,
sonrisas, y algo más que no cuento)
Ponle flores de mi parte a una chica de
allí.
Y dile, por si te escucha, que nuestro
amor, fue un gran amor.
La
repetición como recurso del verso entre paréntesis (miradas, sonrisas, y algo más que no cuento), se vuelve sugerencia
de lo que pudo ocurrir con ella, en este pueblo del norte que no se menciona,
que puede ser un pueblo cualquiera —también del sur, incluso—, donde un
muchacho y una muchacha vivieron un gran amor. La soledad de ahora, la de los
recuerdos también, se diluye en otros amores, el del poema “Voyeur”, en que se
conforma con mirar, aun con los ojos cerrados, o el de Malena, la porteña de
“Mátame si es preciso”, o, y aquí me detengo de nuevo en un poema escrito en
prosa; “Ese hombre dijo adiós y se fue sin despedirse”, donde el lirismo puro
se hace presencia en el hecho poético, dejando de lado la imagen poética o
cualquier otro recurso literario. La verdadera entrega en el reconocimiento de
la felicidad como algo alcanzable, este cotidiano que a veces se hace rutina
amable, ese amor tranquilo que vuelve a casa a completar el día perfecto, la
edad perfecta, el momento perfecto, tanto que quisiéramos congelarlo, o
alargarlo, para “Y cerca del ocaso, ya
sin ninguna prisa, descansar del esfuerzo toda la eternidad completamente solo,
o sea, con nadie más”.
Leitmotiv
aparte, —la soledad, los recuerdos, la niñez, el silencio, el agua, el abandono
del ser, en esa apacible rendición de los poemas finales, las preguntas
trascendentales, ciertas palabras reiteradas en un azar casi recurrente—, las
repeticiones cumplen la función de acercarnos a la idea del sujeto lírico de
que hay un devenir que tiene sentido: hemos vivido, amado, visto la belleza,
recibido la memoria de todo lo anterior, por lo que, si en cualquier caso no
tuviera sentido, nos debería bastar lo que pudimos retener de todo eso.
Leer,
como dije al principio, se ha ido convirtiendo en un oficio de raros. Pero si
alguna vez logramos tener delante un libro como “Si es que despierta el alba”,
editado por Escritura entre las nubes, y presentado en días pasados en la Feria
del Libro de Tenerife, quizás nos compensará reconocer a una poesía que está en
el poema simple, en la emoción que trasmite, no en la cantidad de libros
publicados, o los premios literarios, o la presencia en la ola de la farándula.
Francisco
Suárez Trénor (Santa Cruz de Tenerife 1948), es médico de profesión y ha sido
columnista del Diario de Avisos de Santa Cruz de Tenerife, una compilación de
estos escritos se publicó bajo el título “Mis columnas” (2011). Ha publicado
además “La noria de los aromas y otros relatos” (narrativa, 2008) y “Danzan los
peces” (poesía, 2011), escrito a cuatro manos con su hija Marta Suárez
Muñoz-Reja. Su cuento “La muchacha de los ojos color de uva”, obtuvo el Premio
del Centenario del Colegio Oficial de Médicos de Tenerife (1999), y su libro de
poemas “Sencillamente agua” recibió el Premio Pedro García Cabrera (2002).
De
algún modo los escritores hemos trabajado para conseguir esos leedores de los
que hablaba al principio, cada vez tenemos más libros que se pierden en la
maraña de lo intelectual, fríos de emociones, carentes de historias nuevas,
cada día se apuntan nuevos escritores a la locura de escribir un libro ‘para
ciertos públicos’, y cada vez menos leemos libros de los que al terminar
sentimos haber recibido un atisbo de mundo, de vivencias, de humanidad. Todo
eso está en el libro que recomiendo leer en este escrito. Distinto, fácil de
leer, decididamente fragmentado para que invite a la relectura de una u otra
parte, “Si es que despierta el alba” contiene la poesía suficiente y como dice
su poema III, homenaje al poeta Luis Feria: “Es
la sola palabra, la carente de aliños, la desnuda”.
Lenguaje,
emoción, pureza, síntesis, poesía del hecho poético, es lo que encontrará el
lector en sus poemas. Francisco (Paco) Suárez Trénor, nos da la palabra
desnuda, esa que los lectores podemos vestir a través de la sugerencia que hace
el verso, cada quien en un nivel distinto, en un mundo —interior— distinto,
donde nos convertimos en esencia.
Sonia
Díaz Corrales
Santa
Cruz de Tenerife (mayo 2015)