Rafa y Santi (23 de diciembre de 2009)

 

Llevo un par de meses dándole vueltas a cómo escribir una columna en la que hablara de Rafael Arozarena. Un artículo en el que hable de él, del que durante estos meses se ha dicho casi todo, y de Santiago Silva, su amigo y el mío, del que poco se ha hablado, creo. Será esto último porque no estamos en campaña electoral.

 

El asunto es que Rafael ha decidido marcharse, esconderse no se dónde y, al hacerlo, nos ha dejado en la duda de lo que ocurre con El señor de las faldas verdes, novela que estaba terminando.

 

-¡Las cosas del Rafa! dirá Isaac.                           

 

Les cuento la historia de Rafa y de Santi, que también es la mía.

Ambos eran, en el mes de noviembre de 1996, amigos míos pero cada uno ejercía por su por su lado.

-Tú por aquí y tú por allí, pensaba yo sin saber muy bien la razón.

Pero queriendo el uno conocer al otro se lo hice saber a éste, y el otro, quiso también conocer al uno.

 -Quiero conocerle, dijo.

Y se conocieron un día en la Casa del Vino.

-Aquí Rafa.

-Allá, detrás de esos libros, Santi -que acudía semioculto detrás de alguno de los títulos del autor a la caza de alguna que otra firma.

 Y de aquel almuerzomeriendacena surgió una amistad que aún dura.

-Somos amigos en la poesía, nos dijimos cuando nos despedíamos.

-Cabalguemos hacia la eternidad sobre la silla del caballo alado, dijimos después.

-Somos los hipofisarios, gritó Santiago.

Y ya como hipofisarios nos reunimos en múltiples ocasiones. Aunque ser hipofisiario no significara para otros nada de nada.

 

El caso es que desde hace unos meses, como les digo, el Rafa ha desaparecido y no me coge el teléfono y es una lástima porque me gustaría hablarle de vez en cuando de Santi, de los hipofisarios y de nuestras cosas.

-Estas son muestras cosas, le diría, y le recitaría el poema nacido aquel día:

 

Porque cabalga el alma, Rafael,

porque cabalga

sobre la silla del caballo alado.

Hacia la eternidad volando con Santiago.

 

¡La eternidad, a veces, dura un día!

 

Él me hablaría de Fetasa, de Mararía, de la cerveza de grano rojo, de Igueste, de las plantas y la fauna de la laurisilva, de los fonolitos, de los tollos y los buenos vinos y, sobre todo, me aclararía qué ha pasado por fin con el señor de las verdes faldas. Hablaría de todo eso y de sus cosas que serían como siempre otras muy distintas y mucho más poéticas que las nuestras. Siempre pasaba lo mismo.

 

Y es que Santiago y yo comenzamos a echarle de menos. Si alguien lo viera, por favor, que nos avise. No dejen de mirar en el cráter del Teide o en los barrancos más sombríos.

 

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