¿Políticos? No,
gracias (1 de septiembre de 2008)
Tengo un muy mal recuerdo del entierro de mi padre, y no sólo por
el acto en sí, que ya debería ser suficiente, sino por la inoportuna actitud de
un político narcisista en un momento tan doloroso. Aquel día el alcalde de la
ciudad, a través del servicio de protocolo del ayuntamiento, ordenó, ya
iniciada la ceremonia, el desalojo de un banco de la iglesia que se encontraba
ocupado por octogenarios amigos de mis padres y de los suyos, para que pasaran
a ocuparlo él mismo y los demás ediles allí presentes que, a pesar de haber
acudido en coche oficial, llegaban tarde –parece que es este otro de sus
derechos‑. Nunca he podido perdonar aquella invasión a la privacidad por
parte de alguien que no había sido invitado, como alcalde, a un acto privado;
ni aquella falta de respeto a unas personas mayores que eran los que más
derecho tenían a estar en aquel sitio.
Viene esta reflexión a cuento por la actitud de los representantes
de todas las instituciones, incluida la más alta, y de todos los partidos
políticos con presencia en los parlamentos, con los familiares de las víctimas
de la catástrofe de Barajas. ¿Qué derecho tienen esos señores a vestirse
hipócritamente de luto, de un luto insultante que ya no se usa, y a invadir la
intimidad de las personas? ¿No les basta con guardar un minuto de silencio, o
enviar una nota de condolencia, un ramo o una corona de flores? ¿Tienen que
hacer campaña a costa del sufrimiento de los demás? No vienen a cuento ni su
intromisión, ni sus ofrecimientos, que por otro lado son sus obligaciones, ni
sus aparatosos besos y abrazos a los familiares de las víctimas. ¿No piensan,
esos señores, que pueden hacer daño, que de hecho lo hacen, que pueden ser mal
recibidos por quienes sufren, que ellos allí no pintan nada?
Adelanto aquí desde este momento, un párrafo que quiero que forme
parte de mi testamento vital: ciérrese la puerta de mi sepelio, si es necesario bruscamente,
lo que se dice darle con la puerta en las narices, a todos aquellos políticos y
asimilados, que acudan como tales y no como amigos míos o de mi familia. En ese
acto, aunque mi fallecimiento fuera a consecuencia de una catástrofe, no quiero
sino amigos y personas queridas y que me hayan querido. O sea, unos cuantos. He
dicho.
‹‹‹ Anterior
(Zonificación y otros problemas sanitarios) Mis columnas Siguiente (Poliedros del mar) ›››
© Francisco Suárez Trénor