Plagios (15 de enero de 2009)

 

Me acosté tarde el viernes por la noche intentando ver en la televisión una película que, como suele ocurrirme, no logré terminar. Antes de irme a la cama, en un acto reflejo que sospecho que se ha convertido en una adicción, consulté las últimas noticias en Internet y así me enteré que Brice Echenique, el conocido escritor peruano, había sido condenado por el plagio de unas columnas de prensa y que el escritor se defendía, según su abogado, afirmando que dichas columnas habían sido publicadas sin su permiso. Pensé que era un problema de escritores profesionales, es decir los que viven de lo que escriben –ellos o sus negros- y me fui tranquilo a la cama. No me gano el sustento escribiendo y no existen, de momento, negros literarios en mi vida.

El día siguiente, es decir el sábado, tras desayunar, necesitando otro chute de información, volví a conectarme a Internet y cual no sería mi sorpresa al encontrar entre las columnas de opinión del Diario de Avisos una supuesta colaboración mía que yo no había escrito. ¿Sería esto lo que le había ocurrido a don Alfredo? ¿Se habría levantado una mañana descubriendo que alguien publicaba con su firma en medios peruanos lo que otros habían escrito y publicado en medios españoles? ¿Debería continuar  preocupado el famoso escritor o era yo el que, visto lo visto, debía tener la precaución de revisar la prensa peruana por si don Alfredo u otros sospechosos, como el mismísimo Luis Alemany o, sin ir más lejos, el propio Monty, hubieran publicado sigilosamente copias de mis artículos por aquellos lares, adueñándose de mi paternidad intelectual? De momento aquel artículo con al título de Annus Horribilis me acusaba a mi y era a mi y no a otro a quien podrían procesar en caso de que su auténtico autor, cuyo nombre y forma de pensar ignoraba, me denunciara.

Hasta que una nota en la edición del domingo me exculpaba de cualquier delito tengo que confesar que me vi juzgado por la prensa rosa y vilipendiado por la Patiño o el Mariñas en La Noria o, lo que casi sería peor, en Caiga Quien Caiga donde perseguirían cada uno de mis movimientos y me alterarían el tamaño y color de la nariz, las orejas o de cualquier otro apéndice corporal que situara a tiro de su objetivo. Aunque pensándolo bien me decía, allí, en esos bodrios televisivos, han cobrado muchos, hasta el señor Muñoz, el de Marbella, y sospecho que hasta el señor Roldán, aquel de la guardia civil y sus huerfanitos. Y si ellos lo hicieron, por qué no iba a caer en la tentación yo mismo, aunque fuera más modestamente, claro, que no en vano soy ultraperiférico. Inconvenientes: tendría que contratar un manager y tendría mi propio caché, cosas que no se manejar, lo que acabaría con el encanto de una soñada jubilación tranquila y quién sabe si, más tarde o más temprano, enfangado por una multitud de mentiras y verdades a medias, no acabarían con mi vida una pareja de sicarios de allende los mares en cualquier hospital de la sanidad publica española antes de que lo haga, como manda la costumbre, un equipo médico nacional bien intencionado y convenientemente formado. Mejor me quedo donde estoy. Gracias por su nota, señor director.

 

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© Francisco Suárez Trénor