PRESENTACIÓN DE LA NORIA DE LOS AROMAS Y OTROS RELATOS

 

Rafael Arozarena

 

 

 

 

Este sencillo acto de presentación de un libro de Francisco Suárez Trénor tiene para mí un significado especial, muy grato y emotivo, porque ahora descubro que, a través de muchos años de amistad, venía muy silenciosa y prudentemente, trabajando en las forjas de la literatura. Descubrí esta vocación suya, a través de un concurso poético de La Caja de Ahorros. Se trataba del Premio de Poesía “Pedro García Cabrera”, de cuyo jurado formaba yo parte. Y ahí fue mi sorpresa, cuando al abrirse la plica surge el nombre de Francisco Suárez Trénor. El título del nombre premiado era “Sencillamente agua”. Y ya sabemos que el agua es el elemento más puro y simple de la vida, siendo incolora, inodora y transparente. Acaso el agua retó al poeta a despojarse de los matices barrocos y perniciosos de un principiante. Lo cierto es que el poeta, escogió para su poemario el camino de la sencillez, la claridad y la humilde construcción literaria que marca el tono más importante de la poesía actual. En esa misma sencillez del agua coloco su prosa, descubriendo la cualidad del espejo y hoy nos brinda este libro de relatos donde tan bien se refleja parte de nuestra ciudad de Santa Cruz, acaso la parte más pintoresca e interesante, el rincón más histórico y humanamente sabroso, ese sector del barrio de El Cabo, barrio de la pasión y la milicia, con perfumes de mujer y tabaco inglés, con calles empedradas con callaos del mar donde aún resuenan las pisadas de los soldados de Nelson. Barrio ya casi fantasma, tan bien recogido aquí, sacado acaso de aquel reflejo fiel que se producía en el “charco de la casona”, con el templo matriz y su torre esbelta. Espejo en mano y con algún recuerdo juvenil, el autor vuelve a adentrarnos en esas viejas rúes que formaron el dédalo de la picaresca y el pecado y de nuevo nos enciende el escenario literario que llena con luces marchitas y personajes de Cela o de Baroja, en un ambiente que ya desde el principio nos impregna con el aroma de las flores de la entonces cercana recova, perfume que yo me empeño que es de violetas, el olor más castizo del romanticismo y la galantería. Se mezclan en esta noria de aromas con recuerdos y sentimientos con los que el escritos impregna el ambiente de su relatos a la par que nos brinda el maoísmo de una antigravedad de los personajes, dignos de moverse en las páginas de Gabriel García Márquez o en un lienzo de Chagall. Tal es el sabor que sacamos de la lectura de estos relatos de Francisco Suárez Trénor que ha tenido la buena idea de publicar para nuestro deleite, sumándose así a una escuela o tradición de médicos escritores y poetas, que siempre hemos tenido en Canarias, como Carlos Pinto Grote, Enrique González, José Zamora, Conrado Rodríguez Maffiotte o el gran poeta del Atlántico, Tomás Morales. Y tantos cuyas profesiones de médico y escritor parecen amalgamarse obligadamente por un exceso de conocimiento de la Humanidad. A su profesión médica debemos que el autor de “La noria de los aromas y otros relatos” nos brinde con tanto realismo las escenas hospitalarias en el cuento “La mujer de los ojos color de uva”.

       Existe en este libro una peculiaridad que puede causar extrañeza al lector. Se trata de la aparición de un personaje que no surge de la mente de Francisco Suárez y que posiblemente es recordado de la novela “Mararía”, donde por un descuido mío lo deje vivo, sufriendo en su interminable lucha con el demonio. No es cosa de otro mundo que un autor se apropie de un personaje ya existente. Recordemos a Jesús tratado por diferentes evangelistas, o a los personajes históricos que don Benito Pérez Galdós repite en los Episodios Nacionales. A Francisco Suárez, el personaje del sacerdote le duele por la medicina y la filosofía, y desea una curación de su locura, a través de una profunda y sutil eutanasia: lograr una entrega total al demonio.

       Tiene en cuenta el recreador, la especial idiosincrasia de ese alienado sacerdote y lo toma con buen cuidado de no deshacer su personalidad. Así, cuando lo traslada a Las Palmas de Gran Canaria le busca una ubicación que no deteriore su austera figura y lo coloca en la azotea de un viejo caserón, en un angosto palomar, donde tendrá su puesto de mando en su lucha contra Satán. Tan cómodo estará ahí el cura de Femés, como en las ruinas de la ermita de San Cristobalón. Y es allí donde finalmente triunfa, jugando con las mismas cartas que jugó Mararía: el fuego.

       Después de atizar la luz contra su cuerpo, “el sol parece haber muerto definitivamente”.

       Sí, don Abel quedó en buenas manos. En las manos de Francisco Suárez Trénor.

Confesar me queda que este libro de relatos me gustado mucho. Y muy sinceramente deseo que el autor prosiga el camino emprendido en la literatura, que le sigan “doliendo las palabras que le llueven”, como anuncia en su poemario “Sencillamente agua” y pueda seguir repitiendo aquello de “las palabras de hoy son potros desbocados y yo no tengo brida o rienda que las frene”. Que así sea.

 

 

 

 

                                                      Rafael AROZARENA

                                                             Abril de 2008