El dinosaurio (16 de diciembre de 2009)
Como ustedes saben, El Dinosaurio, de Augusto Monterroso fue
considerado durante algún tiempo el cuento más corto en lengua española. El
texto del tal microrrelato era y es el siguiente: Cuando despertó, el
dinosaurio todavía estaba allí. Algún tiempo más tarde alguien, obsesionado
por este absurdo mundo de marcas absurdas, se la arrebató. Cosa que voy a hacer
yo en este momento con otro que titulo: Opinión irrevocable de un teólogo
ciego. Su texto: ¿Dios? Invisible. Pero la razón de traer el cuento
de Monterroso a esta columna no es la brevedad del mismo en sí, lo cual me
parece una chorrada, sino la posibilidad de jugar, de divertirse jugando con la
gramática, cosa que en Siesta cuaternaria –un cuento incluido en el
libro Beneficio de inventario- hizo el escritor y colaborador de este
periódico Luis Alemany con el relato monterrosiano.
Sólo por cambiarle la coma de sitio el cuento, ahora de Alemany, dice: Cuando
despertó el dinosaurio, todavía estaba allí. Es decir con este pequeño
cambio, que es el mínimo que se le puede hacer a una frase -pues si cambiáramos
un punto construiríamos dos frases distintas- cambia por completo el
significado de la misma. En este caso el significado de todo el cuento. De
hecho es otro cuento. Y éste es propiedad intelectual de Luís, no de Augusto. Y
es que al cambiar una coma de sitio o introducir una letra en un texto se puede
echar a perder todo el sentido del mismo. No es lo mismo decir, por ejemplo, búsquele
una solución quien corresponda, que búsquele una solución a quien
corresponda. Con estas reflexiones quiero destacar la enorme dificultad y
por lo tanto el enorme mérito y la enorme responsabilidad de ser corrector de
textos. Y también expresar mi protesta, aunque sea de una forma casi
subliminal, pero nunca insidiosa. En fin, no me extiendo más que a buen
entendedor pocas palabras bastan. Nunca mejor dicho.
P.D: antes de terminar se me ocurre un relato aún más corto, aunque
esta vez de terror, el que nos cuentan estos días desde Copenhague: Biodiversidad.
Y nosotros sin darle importancia.
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© Francisco Suárez Trrénor