Dios, probablemente (8 de febrero de 2009)
Hace algunas semanas
les comentaba que me consideraba un agnóstico de profundas raíces católicas.
Hoy debo confesarles que me encuentro desasosegado, profundamente desasosegado
y confundido por los anuncios que circulan en las guaguas del mundo hablando de
la existencia o inexistencia de Dios. Hasta ahora los ateos –y librepensadores
añaden ellos apropiándose sin más de la libertad de pensamiento que a todos nos
pertenece- negaban rotundamente la existencia de Dios. Para un ateo no hay
dudas, decían mirando despectivamente a los agnósticos, esos seres dubitativos
que no se atrevían a ser rotundos. Y ahora, aquellos seres de mente superior al
resto de los pensantes, aquellos que según ellos mismos son los únicos que
piensan con libertad, añaden a su eslogan publicitario un “probablemente” más
propio del anuncio de una cerveza patrocinadora del carnaval que de unos ateos
como Dios manda, es decir seguros de sí mismos y de sus creencias. Porque eso
sí, creyentes ya eran a pesar de que presumían de no serlo. Los ateos, hasta
ahora, creían en la inexistencia de Dios y lo hacían con la fe más
inquebrantable, la de los mártires, la de los fundamentalistas. Eran capaces de
no renunciar a sus creencias aunque les costara que no se les diera
subvenciones aun siendo intelectuales y por lo tanto teniendo derecho vitalicio
a ellas, e incluso, algunos, hasta dar su vida por su fe. Y ahora, de pronto y
sin aviso previo, aquellos ateos a los que tanto admiraba desde mi agnosticismo
trasnochado dudan, lo que les convierte aunque ellos todavía no se den cuenta
en agnósticos, en nuevos agnósticos si se quiere, para no confundirlos con los
de rancio abolengo. Y estos ateos inseguros, una vez rebajados y bautizados
como el vino de algunos guachinches isleños, son los que desde las guaguas de
servicio público nos animan a disfrutar de la vida. Vive la vida, que probablemente no haya otra,
es lo que quieren decir.
Y por otro lado
llegan los evangelistas en representación de los cristianos y afirman
taxativamente que Dios sí existe, que lo bueno de la vida es disfrutarla en
Cristo. ¿Y estos son los que hasta hace unos años habían venido a este valle de
lágrimas a sufrir y a llorar, esperando la salvación en la otra, la que afirman
que existe más allá de la muerte? ¿Cómo, disfrutarla ahora? ¿Es que se puede
disfrutar de ésta y de la otra? ¿Eso no estaba reservado para algunas monjas de
clausura y para los inquisidores que disfrutaban aquí matando y allí muertos?
Ustedes me van a
disculpar si dejo en el aire estas preguntas y me voy durante unos días a
consultar con mis católicas raíces y mis librepensamientos, que también los
tengo, hacia a dónde nos va a llevar tanta novedad existencialista. Que Dios
nos coja confesados.
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© Francisco Suárez Trénor