Compañera (26 de agosto de 2009)

 

Hace ya algunos meses que no escribo y son tantas y tan bruscas las vueltas que en ese tiempo ha dado mi vida que no se si seré capaz de mantener el equilibrio de mis pensamientos y de evitar alguna incoherencia en las palabras que escriba. Ustedes sabrán perdonarme. Hoy, algo en mi interior me ha empujado hacia esta página en blanco y aquí estoy pretendiendo explicarles cómo entiendo el mundo en que vivimos y explicarme las razones por las que continuamos en él luchando por las cotidianas miserias que nos rodean. Y no es fácil. No es fácil entender que somos una minúscula partícula de todo este tinglado al que llamamos Universo en el que convivimos con una multitud de partículas similares a nosotros que toman la forma de fluidos, minerales, vegetales o animales. Y que sobre ese tinglado ni ellos ni nosotros tenemos prácticamente ninguna influencia. Y eso que los seres humanos podemos tomar parte, o al menos eso creemos, en pequeñas decisiones que dan algo de sentido a nuestro pensamiento y a nuestro vivir día a día. Así, podemos participar en la elección de la pareja o del lugar de residencia. Porque los animales, los vegetales, los minerales y los fluidos que nos acompañan en esta aventura, no pueden tomar esas decisiones infinitesimales que tan satisfechos nos dejan. ¿O acaso la tórtola elige libremente su pareja, la piedra su río o el barbusano su barranco?

En estos días sin escritura he tenido que despedirme casi inesperadamente de la persona que más he querido, de mi compañera de más de cuarenta años, de la mujer de mi vida. Y hemos tenido que despedirnos siendo fieles, y prometo que esa fidelidad ha costado en algunos momentos grandes esfuerzos, a una forma de pensar cultivada por ambos durante todos esos años de compañía y, en ocasiones, de soledad, que de todo ha habido. Honestamente fieles a la convicción de que sólo somos esas pequeñas partículas que he dicho, que más allá no hay nada que nos individualice o nos distinga del resto de la materia, sabemos o creemos que la separación es para siempre, pero siendo conscientes de que ese para siempre significa nunca más con todas sus consecuencias: nunca más su sonrisa, su mirada, sus caricias, sus besos, sus gestos, sus consejos, su compañía… Nunca más, esto es lo terrible para los que pensamos así. Para ella, para mi compañera, mi dedicatoria de este artículo, que tiene que ser la misma que le hice hace algunos años en mi poemario Sencillamente Agua, porque aunque todo ha cambiado, todo sigue igual: “a Teté, por tantos años, tantas vivencias y tantos sueños compartidos”.

 

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© Francisco Suárez Trénor