Cecilia y el tilomirlo (24 de octubre de 2008)

 

¿Quién en la infancia, o incluso en la madurez, no quiso alguna vez hablar con los animales? Y digo hablarles con sencillez, con cariño, como si de un amigo o de un niño se tratara. Por ejemplo, con una mosca, para explicarle que aquello que no le deja salir de la habitación no es aire, que es cristal, que busque por otro lado, pero que no se empeñe en darse cabezazos contra aquel muro transparente. Pues esto es lo que hace Cecilia Domínguez en su Bestiario, un libro de poemas recientemente presentado en el Ateneo lagunero y editado por Baile del Sol, esa editorial tan canaria, tan nuestra. Y habla Cecilia en su poemario con los animales que podríamos llamar domésticos, los que viven en nuestro entorno y los que habitan o han habitado en nuestros sueños y recuerdos. Habla la poeta con la polilla, que eligió su vestido de fiesta; con la mosca tenaz, la del cristal; con el ciempiés y sus múltiples huellas; con la araña, Penélope tejedora; con la hormiga y la cigarra, cada una en sus clásicas tareas, atreviéndose a aconsejarle a la segunda que disfrute el verano, que sin él no merece la pena la vida; con la gallina, tan desprestigiada por nuestro lenguaje callejero; con el gallo rompedor de mañanas, tan soberbio; con el canario y su cautividad; con el mirlo de la antena de televisión de Dulce, su vecina; con la nocturna coruja de su tejado infantil y hasta con el cernícalo de altos vuelos. Y no necesita otra cosa que hacer uso de su imaginación para hablar, además, con los hijos de ésta: el pez-origen –nuestro predecesor, según la autora- y el tilomirlo que tanto abunda, al parecer, en las noches de menguante. Así, en un lenguaje cercano al más tierno Luís Feria -el de Dinde, por ejemplo- que por algo fue su amigo, nos deleita con cerca de un centenar de poemas o de animalitos, que tanto da, para hacernos sentir esa ternura que nos hace regresar a la infancia y disfrutar de la nostalgia por esos años que no volverán. Sirvan como ejemplo estos dos poemas:

 

Erizo

Ahí, quieto,

aulaga de los mares,

esperas que la luna

te desprenda y germine

el corazón del viento

entre tus púas

ávidas de estrellas.

 

Caracola

Antes de abandonarte,

dentro de ti,

el mar

dejó una ola

para cuando te invada

la nostalgia.

 

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© Francisco Suárez Trénor